
El hueco no es muy grande. Tiene aproximadamente unos 25 cm de altura, oscuro, y aparentemente parece un lugar bastante frío y abandonado, es un lugar que sólo miro en determinadas ocasiones, cuando me interesa buscar algo de lo que hay en él. La funda nórdica que cubre la cama llega hasta el suelo e impide que la luz invada este espacio. Es un espacio cerrado, un vacío bastante útil para guardar cosas aunque más bien hay pocas… algo de polvo, un par de zapatillas de deporte del número 39, un par de zapatos marrones y una caja de plástico, no hay espacio para más. Tampoco hay desorden ni mucha suciedad, acabo de limpiarlo.
La verdad es que la caja de plástico tampoco es muy grande pero llena ese espacio, y en gran parte elimina la sensación de vacío. Es una caja de plástico transparente, con ruedas de color gris, también de plástico y con una tapa azul deslizante, de estas que se utilizan para guardar ropa pero en la que curiosamente no guardo nada de ropa. En esa caja guardo un montón de cosas, unas se ven nada más abrirla, pero hay otras en cambio que se perciben, se intuyen, se sienten. Al abrir la caja aparecen algunos sobres vacíos, algunos teléfonos móviles de 1ª generación y todos mis trabajos de Educación Plástica de 1º y 2º de carrera: la marioneta de Batman, la pastilla de jabón, los dibujos de paisajes en acuarela, el pez de cartulina y todos los materiales que he utilizado durante el curso para crear todas estas cosas.
Cuando me detengo a mirar esta caja y su contenido, me parece imposible que un espacio tan pequeño como éste sea capaz de alojar tantas cosas, tantos buenos y malos recuerdos del pasado, tantas horas de trabajo, tanto esfuerzo, tantas ilusiones. Son cosas que también ocupan un espacio, pero no un espacio físico, son cosas que no pueden guardarse y que aunque sé que siempre están ahí sólo aparecen cuando me detengo a abrir la caja y buscar en su interior algo que necesito.
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